13 ene 2008

El vals de los literatos


“Estoy harto de los poetas y de las quinceañeras. Siempre están ensayando el vals de su presentación en sociedad”


Jaime Sabines


Partamos de esta afirmación hecha por el maestro chiapaneco y pensemos un momento en la profundidad de la misma. ¿Existirán en el círculo literario hombres o mujeres que sólo deseen salir en la foto de sociales aún cuando su trabajo no sea de mucho valor (en el sentido estricto de impartir una enseñanza)? ¿Su único deseo es ser la “quinceañera alagada” en la noche de presentación? ¿Y dónde queda el escritor que, como cenicienta, se encuentra relegado al fondo del salón (sino es que al fondo del sótano editorial)?


Podemos diferenciar a dos tipos de literatos en la gran fiesta de las letras: los humildes refugiados en la solemnidad del silencio y de los cuales se puede decir, como dijo Charles Augustin Sainte-Beuve, “la literatura (…) parece tener más sabor (…) cuando procede de alguien que no sospecha estar haciendo literatura”. Por el otro, aquellos individuos capaces de prostituir la pluma, de forma conciente, y estar ensayando ese vals tan esperado y ser presentados con bombo y platillo ante la comunidad.


Imaginemos a nuestros protagonistas reunidos en un suntuoso salón, aderezado con arreglos florales, mesas lujosas, servicio de meseros de primera y un gran pastel de 5 pisos (que bien podría ser el máximo galardón al que puede aspirar cualquier literato).


Pero esta fiesta de quince años tiene un gran problema: todos los escritores se hallan en la edad de la primavera: son “quinceañeras”. Pero sólo una será la afortunada de lograr partir el pastel.
Aquella publicación que demuestre cadencia en el baile y lleve compás exacto en sus letras, además de manifestar la esencia de estas últimas, tendrá la primicia antes mencionada.
Comienza el baile. Las publicaciones empiezan a mostrar sus mejores pasos de baile para alcanzar la gran rebanada de pastel. Unos libros se ven más lentos, se podría pensar que no conocen las reglas básicas de redacción y prefieren verse retirados. Otros, en cambio, son sumamente exagerados en su cadencia (sino presuntuosos) y son aplaudidos, pero no por su riqueza, más bien por la forma en como nos pueden distraer o “autoayudar” a disfrutar del baile sin saber las reglas básicas del mismo. En otra esquina de la pista, podríamos observar a los finos de movimiento, gracia en su lectura y sin pretensión alguna –sólo disfrutan de la noche. Pero muy arrinconados y sin bailar, lograremos ver a quienes no gustan del baile, los escritores y sus libros que se saben superiores a todos.


Ha llegado el momento de la elección. El fallo es difícil y será necesario realizar un cónclave para tomar la decisión de quién tendrá derecho al pastel en cuestión. Los encargados del anuncio se guarecen a la sombra de la discreción y comienzan los debates: “aquel no figura por ser rígido y fuera del canon” dice uno; otro comenta que “es arriesgado entregarle el premio dado que es una mujer” (ya imaginara el lector de éstas líneas que a este buen “juez” se le excluye del debate); “éste sólo ha escrito para agradar, más no para enseñar” comenta otro. Y así se van las horas -hasta meses- y el anuncio no llega.


Cuando por fin se tiene éste, aquellas quinceañeras que ya han ensayado su vals de días atrás, dan por hecho la entrega de la presea. Pero ¡sorpresa! El pastel se ha entregado a un escritor que ni siquiera bailó en la pista, es más, ¡es mujer! La cenicienta relegada al fondo del sótano editorial a fregar los pisos. Aquella no tomada en cuenta porque sus letras no venderían lo deseado por la editorial, pero con humildad y sin desear más premio que ser leída, se presentó a la noche de gala sólo para disfrutar del baile de los demás.
¿Y el vals ensayado? Ese ya no cuenta. Detenta más valor la humildad de escribir por el placer de escribir y mostrar ópticas distintas que un baile sin sentido y a la espera de la rebanada del pastel.

No hay comentarios.: