13 ene 2008

Fuego Nuevo



La fiesta del Fuego era conocida en el México antiguo como “Toxiuhmolpilla”, que significa “atadura de los años”. Esta festividad se realizaba al finalizar cada ciclo de los aztecas, los cuales eran de 52 años cada uno.

Según la leyenda de las creaciones del mundo, el actual debía terminar al finalizar uno de los ciclos. Pero si lograba hacer el fuego nuevo, se aseguraba la vida del mundo por otro ciclo de 52 años. En caso contrario, la humanidad entera perecería, así como el Sol y, por lo tanto, se acabaría el mundo.

En la ciudad de México Tenochtitlan, el fuego nuevo era colocado en el Templo Mayor, al parecer frente al altar erigido a Huitzilopochtli. Ahí se hacia una hoguera y se quemaba copal. Después, el fuego nuevo era llevado a los demás templos de la ciudad, a las casa de los sacerdotes y, por ultimo, a todos los habitantes de la ciudad.

En cada hogar se celebraba la llegada del fuego nuevo, encendiendo una hoguera en el patio de la casa y sacrificando algunas aves, entre ellas codornices. Se quemaba copal y se arrojaba el humo y el aroma hacia todas las direcciones. Este día se preparaba un plato especial llamado tzohualli, que se componía de amaranto y miel; esto era lo único que se comía en ese día, por que incluso estaba prohibido tomar agua, hasta medio dia, en que se realizaban los sacrificios. Terminados estos, se poda comer el dulce mencionado y tomar agua.

Imaginémonos la alegría de la gente ese día. Todos vestían ropas nuevas. En las casa se ponían muebles y enseres construidos especialmente para la festividad. Los dioses se colocaban en sus altares para la ocasión, y se realizaba todo cuanto se tenía previsto para aquella celebración tan importante.


Fuente: Leyendas del México Prehispánico, Editorial Época SA de CV (Mexico 2000)

Literarura Indígena

TLANECI - AMANECE

Xopan Cuícatl


Ihcuac tlalixpan tlaneci, /Cuando sobre la tierra amanecela

in mtztli momiquilia, /la luna muere,

citlalimeh ixmimiqueh /las estrellas dejan de verse,

in ilhuicac moxotlaltia. /el cielo se ilumina.


Ompa huehca itzintlan tepetl, /Allá lejos, al pie del cerro,

popocatoc hoxacaltzin, /sale humo de mi cabaña,

ompa yetoc notlahzotzin, /allá está mi amorcito,

noyolotzin, nocihuatzin. /mi corazón, mi mujercita.



La literatura ha tenido una fuerte presencia en nuestros pueblos indígenas, desde tiempos remotos. Siendo la literatura indígena la creación individual o colectiva (oral o escrita) de acontecimientos históricos y culturales, que son acompañados por el sentimiento y la sensibilidad de su creador a través de poemas, relatos o mitos, que se van transmitiendo de una generación a otra en forma oral. La literatura indigenista en México surge durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas.

Su poesía esta impregnada de sencillez en su lenguaje, de belleza en sus metáforas y una gran variedad en sus temas. Se caracterizan por un respeto a lo sagrado, por su concepción en la cosmología y por su respeto a la naturaleza.

El dinamismo observado en la poesía aparece también en la narrativa pero quizá con menos versatilidad. En general todos los trabajos narrativos se ocupan de los mitos funcionales o de los relatos tradicionales. Las versiones de un mito o un relato son abundantes y sus variables tienen que ver más con su extensión que con la sustancia. Se deja de lado la historia reciente y surge el juego libre de la imaginación.

Miedo


Helena Morin
Antes caminaba con los pies descalzos
Antes me peinaba una larga cabellera
Antes...
Antes…
has existido y existes
aunque nadie te vea.

Quien de niño te escucho, por la noches,
en los días, o en las tardes
sabrá de tu presencia.

Estas debajo de un libro,
tras de una prueba,
olvida en una carta,
refugiado en los sueños.

Existe quizá para equilibrar el mundo,
para delatar a nuestra conciencia,
o simplemente… para poder llorar
sin que nada nos detenga.

Revelados


Mirta Rosenberg
(Rosario, argentina, 1951)
*
Mi padre era el mundo y él
nos enseñaba todo: nadar,
conducir, andar en bicicleta,
bailar y hasta disparar armas
de fuego. Yo no creía que el mundo
fuera eso, porque mientras tanto
nos mirabas dulcemente como quien dice
es verdad y que innecesaria.

**
El mundo, a esta altura, se parece
a un conflicto entre las madres
y las hijas. Nosotras, las dos,
sabíamos lo que había que unir
para que la planta creciera,
y si nos equivocamos toda culpa
era entre nosotras. Sin embargo
mutamos con acierto los retoños de las plantas,
y lo que se del mundo cambiaba,
sin otra autoridad.

***
Cuarentaicinco años vivimos juntas
-una buena parte de tu vida y la mía-,
y en ese tiempo fuiste casada, separada
y viuda. Soltera, antes. No sé que preferirías
de tu amplia preformance, pero había cierta
comprensión en nuestra mutua compañía,
la transmisión de cosas confusas y sencillas,
secretos de cocina a medias y cierto gracia tuya
cuando yo me iba, y que no aprendí.

Triste oído mío.

Ernesto Jasab.

Si te hablan del amor
-triste oído mío-
olvida las voces pronunciadas.

Si te nombran las mujeres amadas
-memoria terca-
calla las voces que tatuaron
en los rincones prohibidos.

Olvida…
Olvida…
-corazón caído-
aquello encerrado:
alma y cuerpo.

Levanta tu cabeza,
cierra los ojos
y llora para olvidar.

El vals de los literatos


“Estoy harto de los poetas y de las quinceañeras. Siempre están ensayando el vals de su presentación en sociedad”


Jaime Sabines


Partamos de esta afirmación hecha por el maestro chiapaneco y pensemos un momento en la profundidad de la misma. ¿Existirán en el círculo literario hombres o mujeres que sólo deseen salir en la foto de sociales aún cuando su trabajo no sea de mucho valor (en el sentido estricto de impartir una enseñanza)? ¿Su único deseo es ser la “quinceañera alagada” en la noche de presentación? ¿Y dónde queda el escritor que, como cenicienta, se encuentra relegado al fondo del salón (sino es que al fondo del sótano editorial)?


Podemos diferenciar a dos tipos de literatos en la gran fiesta de las letras: los humildes refugiados en la solemnidad del silencio y de los cuales se puede decir, como dijo Charles Augustin Sainte-Beuve, “la literatura (…) parece tener más sabor (…) cuando procede de alguien que no sospecha estar haciendo literatura”. Por el otro, aquellos individuos capaces de prostituir la pluma, de forma conciente, y estar ensayando ese vals tan esperado y ser presentados con bombo y platillo ante la comunidad.


Imaginemos a nuestros protagonistas reunidos en un suntuoso salón, aderezado con arreglos florales, mesas lujosas, servicio de meseros de primera y un gran pastel de 5 pisos (que bien podría ser el máximo galardón al que puede aspirar cualquier literato).


Pero esta fiesta de quince años tiene un gran problema: todos los escritores se hallan en la edad de la primavera: son “quinceañeras”. Pero sólo una será la afortunada de lograr partir el pastel.
Aquella publicación que demuestre cadencia en el baile y lleve compás exacto en sus letras, además de manifestar la esencia de estas últimas, tendrá la primicia antes mencionada.
Comienza el baile. Las publicaciones empiezan a mostrar sus mejores pasos de baile para alcanzar la gran rebanada de pastel. Unos libros se ven más lentos, se podría pensar que no conocen las reglas básicas de redacción y prefieren verse retirados. Otros, en cambio, son sumamente exagerados en su cadencia (sino presuntuosos) y son aplaudidos, pero no por su riqueza, más bien por la forma en como nos pueden distraer o “autoayudar” a disfrutar del baile sin saber las reglas básicas del mismo. En otra esquina de la pista, podríamos observar a los finos de movimiento, gracia en su lectura y sin pretensión alguna –sólo disfrutan de la noche. Pero muy arrinconados y sin bailar, lograremos ver a quienes no gustan del baile, los escritores y sus libros que se saben superiores a todos.


Ha llegado el momento de la elección. El fallo es difícil y será necesario realizar un cónclave para tomar la decisión de quién tendrá derecho al pastel en cuestión. Los encargados del anuncio se guarecen a la sombra de la discreción y comienzan los debates: “aquel no figura por ser rígido y fuera del canon” dice uno; otro comenta que “es arriesgado entregarle el premio dado que es una mujer” (ya imaginara el lector de éstas líneas que a este buen “juez” se le excluye del debate); “éste sólo ha escrito para agradar, más no para enseñar” comenta otro. Y así se van las horas -hasta meses- y el anuncio no llega.


Cuando por fin se tiene éste, aquellas quinceañeras que ya han ensayado su vals de días atrás, dan por hecho la entrega de la presea. Pero ¡sorpresa! El pastel se ha entregado a un escritor que ni siquiera bailó en la pista, es más, ¡es mujer! La cenicienta relegada al fondo del sótano editorial a fregar los pisos. Aquella no tomada en cuenta porque sus letras no venderían lo deseado por la editorial, pero con humildad y sin desear más premio que ser leída, se presentó a la noche de gala sólo para disfrutar del baile de los demás.
¿Y el vals ensayado? Ese ya no cuenta. Detenta más valor la humildad de escribir por el placer de escribir y mostrar ópticas distintas que un baile sin sentido y a la espera de la rebanada del pastel.

El ángel que vela la embajada


Alejandro Arzate Galván.


Uno de los derechos que más se proclama en nuestros días es tener libertad de _______ (sobre la línea anótese la que se desee ejercer). De la libertad que deseo platicar en esta rápida redacción, es la del libre transito y lo que de ella se derive. Cierto es que al principio de la humanidad propiamente dicha, nunca existió una línea que dividiera la propiedad nuestra con la de los demás. No era necesario siquiera. Pero conforme nos convertimos en seres “racionales” (lo dejo en clara duda), dichas divisiones emergieron desde el más oscuro pantano de nuestros vicios. Surgió la división del trabajo, de género, racial, de propiedad y de territorio (aunque sé, certeramente, que esta lista puede crecer). Aun cuando los países más liberales o modernos pregonen la libertad de transito en su territorio, ésta sólo se ve sometida en la misma zona delineada sobre las fronteras que se han alzado. Entonces, ¿es verdadera libertad de transito? Para lograr cruzar una frontera (aún no me veo en esa necesidad) sé que se debe tramitar una innumerable lista de oficios (visa, pasaporte, cartillas), que si de tener un solo error, se deberá tomar una de dos sopas: no entras al país o no sales de él. Recordemos la película, estelarizada por Tom Hanks, La Terminal, en la cual vemos a un hombre que ingresa a Estados Unidos de forma legal (no hizo como nuestros hermanos mexicanos que saltaron la malla o nadaron el río Bravo), pero como su país, justo cuando él se hallaba en el aire, volando hacia a América –y lo digo por el continente- cae en una revuelta y el gobierno, en el sentido más directo, desaparece. El pobre personaje queda varado en el mar de la burocracia que ha dejado ese golpe de Estado. Ni sale ni entra. Es una ficción en toda el rigor de la palabra, pero suena lógico y de ello se desprende esta pregunta: ¿y la libertad de transito, si él no ha tenido la culpa de lo sucedido en su país?
No es un delincuente, ha entrado de forma legal, pero aun así se le confina a divagar en el aeropuerto. Queda por demás narrar toda la trama; quien no la haya visto, ahora es momento para buscarla, pero por favor, no compre piratería.
Regresando al encause del río al cual me he lanzado, hace unos días, para ser exactos, el 3 de enero de 2008, fecha en que hiciera un terrible frío sobre nuestra querida ciudad, me dispuse junto con mi hermana, a visitar avenida Paseo de la Reforma. Nunca antes había caminado sobre esta importante calle de la ciudad. Está por demás mencionar lo fascinante que es recorrerla, más si se emprende la caminata desde avenida Insurgentes hasta la conocidísima puerta de los leones, que es la entrada al bosque de Chapultepec. Así inició nuestro recorrido. Cámara digital en mano, retratamos cuanto se dejó tomar foto en el trayecto. Como ya lo comenté, nunca antes había puesto pie sobre esta avenida; conforme avanzábamos (pues unos de los objetivos a retratar era la victoria alada de la columna de la Independencia), observe, con cierto extrañamiento, un grupo de vallas apostadas sobre la acera, todas encadenadas. No lograba imaginar que era lo que resguardaban con tanto recelo. Las vallas, colocadas en forma que solo dejaban un mínimo paso sobre la lateral de Reforma, asemejaban una pequeña frontera en ese sitio. Cual fue mi sorpresa, que al acercarme, logré divisar perfectamente el motivo de su colocación: la Embajada de Estado Unidos. Voy de acuerdo que la embajada de un país sea reconocida como parte del territorio que representa donde se halle, pero llegar a ese grado de segregación propia, es algo por demás exagerado. El libre transito ¿dónde queda? Yo mismo, como ciudadano de México, me veo en la necesidad de no lograr transitar a gusto por una de las avenidas más bellas de mi ciudad, sólo porque un gobierno, a donde quiera que tenga representación, se siente amenazado de muerte. Pero esa no es la tragedia, amable lector. La verdadera se menciona enseguida. Un policía, al resguardo de la embajada (mexicano y que debería estar orgulloso del país que le diera vida, historia y una identidad) comenzó a chiflarme como si fuera un extraño o no sé que, por el hecho de tomar unas fotos al grupo de rejas y dar testimonio de la paranoia del norteamericano. No soy terrorista ni delincuente como para ser perseguido en mi propia patria por un servidor publico que debería estar al servicio de la protección ciudadana. Pero más tristeza me causó el notar, que a no mas de 500 metros de ese sitio encerrado entre las vallas de la mediocridad, se encontrara mi amada victoria alada: la columna del Ángel de la Independencia. La escultura en cuestión, sosteniendo con una mano los laureles de la victoria, mira en dirección de la embajada norteamericana, y más pareciera, que en vez de estar anunciando la libertad que representa, más bien le otorgara la certidumbre, a la representación diplomática, de hallarse a salvo bajo la protección de su mirada. Y mi libertad ¿dónde queda? La pregunta, amable lector, habrá que reflexionarla, leyendo más nuestra historia.