31 ago 2006

Instinto

I

Cuento

Despierto; la comezón en el cuerpo es más intensa que en la madrugada; miro el reloj: “las diez de la mañana”, pero que importa la hora; hecho un vistazo a mis piernas; como lo pensé: “de nuevo urticaria “, me levanto tambaleante, el efecto de la droga aun no termina; me siento cansada pero ¿de qué?, hace tiempo que ya no hago ejercicio alguno. Me dirijo al baño, tropiezo. Con gran esfuerzo alcanzo a llegar al espejo, observo mi cara llena de puntos rojos; como siempre, una intoxicación por la cena (ya es costumbre). Alacio con las manos mi descuidado cabello, hace cinco años que no voy a la estética, hace cinco años que no me pongo un bonito vestido o un ajustado pantalón de mezclilla; aquí no tengo mis zapatillas ni mi maquillaje, pero ¿para qué quiero mi bonito vestido y mi cabello arreglado? Ya no visito a la abuela, la abuela que hace siete años murió. Extiendo mi brazo, aun sigue inflamado; hay un moretón donde fue la inyección, esta vez fueron violentos al poner el tranquilizante. No soy agresiva, pero mi arranque de locura fue provocado por la comida. ¿A quién se le ocurre poner pollo en mi comida? Asqueroso pollo, sólo a un estúpido que desconozca las causas de mi internado en esta maldita jaula. Ya he cumplido 5 años aquí; tras la muerte de la abuela, hubo una serie de sucesos de los cuales no quiero tener memoria. Vuelvo a mi incomoda cama, adolorida; la cabeza me da vueltas y de forma vertiginosa tengo la necesidad de vomitar; cada vez la droga que me suministran me hace mas daño que esta enfermedad. ¿Hace cuanto tiempo nació en mí esta búsqueda de venganza? Tal vez fue el impulso de un instinto natural cuando tenía 19 años. Quisiera recordar como empezó todo, pero la maldita comezón que recorre mi cuerpo, desde el cuello hasta las piernas, no me deja pensar, mucho menos este vértigo que siento. Vuelvo a acostarme, acaricio mi cabello con ternura, casi como lo hacia la abuela; siento mis piernas acalambradas y trato de darles alivio, poniéndoles en una posición más cómoda. Comienzo a pensar, más bien a recordar, poco a poco las imágenes genéricas de esta obsesión. La figura principal de los recuerdos es mi gata negra: “Rita”, un pequeño felino. Ágil, consentida, salvaje pero fiel a su dueña; me la obsequiaron cuando cumplí 10 años; la llevó papá porque sabia que amo las panteras. Se crió conmigo y juntas aprendimos muchas cosas de la vida; a correr por el patio de la casa y conocimos también las reglas del hogar: “Jamás tocar las aves de mamá Lupita, la abuela”. Algo interrumpe mis pensamientos; tocan a la puerta, seguramente es la enfermera que trae el desayuno: la patética ración de alimento siempre “recomendada por el nutriólogo”. ¡Qué saben ellos de una dieta para un felino! Se abre la puerta y efectivamente aparece el carrito de la comida y la enfermera de siempre. -¿Cómo amaneciste el día de hoy? ¿alguna incomodidad? -Si, estoy intoxicada de nuevo– le explico y muestro mi cara y brazos. Entonces me revisa minuciosamente todo el cuerpo y con tono médico me dice: -Es normal, la combinación de la cena y el tranquilizante de anoche, provoca a tu organismo este tipo de reacciones, pero no es de cuidado, para medio día ya habrá pasado; por ahora desayuna, date un baño y prepárate para la sesión de las doce con el Doctor Briseño. -Gracias por todo, ya se puede retirar. Sale, y tras de sí cierra la puerta. De nuevo tranquilidad en mi cuarto, me siento en la orilla de la cama para disponerme a desayunar, mastico casi instintivamente la comida, de la misma forma degluto y digiero; me sigue el dolor de cabeza, cada vez es más intenso y creo que nuevamente tendré un episodio de migraña. Comienzo de nuevo a recordar, vienen a mi mente más imágenes, prácticamente fotografías: la casa de la abuela, las paredes que rodeaban el patio llenas de jaulas años, en ellas toda clase de aves; gran variedad existía es esa casa: desde canarios, palomas, ruiseñores, cardenales, periquillos australianos y hasta guacamayas, pero una de ellas destacaba entre todas, el loro más grande y consentido: “Pollito” como lo llamaba mi hermana menor que aún no sabia distinguir cada tipo de pájaro, para ella todos eran pollos. Pues precisamente “Pollito” fue la causa de mi perdición, o tal vez debería agradecerle, porque halle gracias a su muerte la razón de mi vida: “este instinto felino, nato, que llevo en la sangre”
continuara....

Yara Kazan

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