13 ene 2008

El ángel que vela la embajada


Alejandro Arzate Galván.


Uno de los derechos que más se proclama en nuestros días es tener libertad de _______ (sobre la línea anótese la que se desee ejercer). De la libertad que deseo platicar en esta rápida redacción, es la del libre transito y lo que de ella se derive. Cierto es que al principio de la humanidad propiamente dicha, nunca existió una línea que dividiera la propiedad nuestra con la de los demás. No era necesario siquiera. Pero conforme nos convertimos en seres “racionales” (lo dejo en clara duda), dichas divisiones emergieron desde el más oscuro pantano de nuestros vicios. Surgió la división del trabajo, de género, racial, de propiedad y de territorio (aunque sé, certeramente, que esta lista puede crecer). Aun cuando los países más liberales o modernos pregonen la libertad de transito en su territorio, ésta sólo se ve sometida en la misma zona delineada sobre las fronteras que se han alzado. Entonces, ¿es verdadera libertad de transito? Para lograr cruzar una frontera (aún no me veo en esa necesidad) sé que se debe tramitar una innumerable lista de oficios (visa, pasaporte, cartillas), que si de tener un solo error, se deberá tomar una de dos sopas: no entras al país o no sales de él. Recordemos la película, estelarizada por Tom Hanks, La Terminal, en la cual vemos a un hombre que ingresa a Estados Unidos de forma legal (no hizo como nuestros hermanos mexicanos que saltaron la malla o nadaron el río Bravo), pero como su país, justo cuando él se hallaba en el aire, volando hacia a América –y lo digo por el continente- cae en una revuelta y el gobierno, en el sentido más directo, desaparece. El pobre personaje queda varado en el mar de la burocracia que ha dejado ese golpe de Estado. Ni sale ni entra. Es una ficción en toda el rigor de la palabra, pero suena lógico y de ello se desprende esta pregunta: ¿y la libertad de transito, si él no ha tenido la culpa de lo sucedido en su país?
No es un delincuente, ha entrado de forma legal, pero aun así se le confina a divagar en el aeropuerto. Queda por demás narrar toda la trama; quien no la haya visto, ahora es momento para buscarla, pero por favor, no compre piratería.
Regresando al encause del río al cual me he lanzado, hace unos días, para ser exactos, el 3 de enero de 2008, fecha en que hiciera un terrible frío sobre nuestra querida ciudad, me dispuse junto con mi hermana, a visitar avenida Paseo de la Reforma. Nunca antes había caminado sobre esta importante calle de la ciudad. Está por demás mencionar lo fascinante que es recorrerla, más si se emprende la caminata desde avenida Insurgentes hasta la conocidísima puerta de los leones, que es la entrada al bosque de Chapultepec. Así inició nuestro recorrido. Cámara digital en mano, retratamos cuanto se dejó tomar foto en el trayecto. Como ya lo comenté, nunca antes había puesto pie sobre esta avenida; conforme avanzábamos (pues unos de los objetivos a retratar era la victoria alada de la columna de la Independencia), observe, con cierto extrañamiento, un grupo de vallas apostadas sobre la acera, todas encadenadas. No lograba imaginar que era lo que resguardaban con tanto recelo. Las vallas, colocadas en forma que solo dejaban un mínimo paso sobre la lateral de Reforma, asemejaban una pequeña frontera en ese sitio. Cual fue mi sorpresa, que al acercarme, logré divisar perfectamente el motivo de su colocación: la Embajada de Estado Unidos. Voy de acuerdo que la embajada de un país sea reconocida como parte del territorio que representa donde se halle, pero llegar a ese grado de segregación propia, es algo por demás exagerado. El libre transito ¿dónde queda? Yo mismo, como ciudadano de México, me veo en la necesidad de no lograr transitar a gusto por una de las avenidas más bellas de mi ciudad, sólo porque un gobierno, a donde quiera que tenga representación, se siente amenazado de muerte. Pero esa no es la tragedia, amable lector. La verdadera se menciona enseguida. Un policía, al resguardo de la embajada (mexicano y que debería estar orgulloso del país que le diera vida, historia y una identidad) comenzó a chiflarme como si fuera un extraño o no sé que, por el hecho de tomar unas fotos al grupo de rejas y dar testimonio de la paranoia del norteamericano. No soy terrorista ni delincuente como para ser perseguido en mi propia patria por un servidor publico que debería estar al servicio de la protección ciudadana. Pero más tristeza me causó el notar, que a no mas de 500 metros de ese sitio encerrado entre las vallas de la mediocridad, se encontrara mi amada victoria alada: la columna del Ángel de la Independencia. La escultura en cuestión, sosteniendo con una mano los laureles de la victoria, mira en dirección de la embajada norteamericana, y más pareciera, que en vez de estar anunciando la libertad que representa, más bien le otorgara la certidumbre, a la representación diplomática, de hallarse a salvo bajo la protección de su mirada. Y mi libertad ¿dónde queda? La pregunta, amable lector, habrá que reflexionarla, leyendo más nuestra historia.

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